viernes, 6 de enero de 2012

El Salmo del Astrónomo

Daniel R Scott

Sigo leyendo el comentario bíblico de William McDonald, y creo que seguiré con él por un largo tiempo. Esta obra de más de mil páginas es erudita, sencilla, devocional y muy práctica, si es que acaso es posible combinar esos cuatro elementos en una obra teológica de naturaleza protestante. Con esta herramienta, y con mi nueva traducción de la Biblia "vida Abundante" estudio largamente, con meditación y reverencia (Dios lo sabe) el Salmo 8, conocido por algunos como el "Salmo del astrónomo" ¿La razón? Más que evidente. Sus versión más representativa, hermosa y llamativa se lee de la siguiente manera: "Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos-la luna, y las estrellas que pusiste en su lugar-me pregunto: ¿Qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes?" Es el asombro del hombre cuando contrasta la enormidad del universo con su propia pequeñez. Lamentablemente la mayoría de los hombres se quedan con tan solo "¿Que son los simples mortales?" y se vuelven hacia el ateísmo. Millares de estrellas y distancias inmensurables no les permiten pensar en un Dios personal.


Dice MacDonald en su comentario del salmo: "Cuando consideramos los innumerables millones de estrellas, las enormes distancias en el universo, y el poder que mantiene a los planetas en órbita con precisión matemática, la mente siente algo como una sobrecarga de circuitos y nuestro asombro no tiene límites." Y nuestro amigo tiene razón. Para muestra un botón: Se dice que para llegar a la estrella más cercana a la tierra (Próxima Centauro) en un viaje de diez años, ¡habría que viajar a la velocidad de la luz! ¡Un viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz llevaría veinte años! Sin mencionar las complicaciones que traería la Teoría de la Relatividad formulada por Albert Einstein: al llegar estos viajeros a la tierra luego de su viaje de veinte años se encontrarían que en el planeta han transcurrido doscientos años. Un viaje a la velocidad de la luz. Es decir, a 299.816 kilómetros por segundo. La enormidad de las estrellas y las distancias del espacio dejan al hombre más culto pasmado. Con sobrada razón el salmista exclamó lleno de asombro: "¿Qué son los simples mortales?"


Sin embargo la exclamación del dulce salmista de Israel nos quedó incompleta. Su lectura completa es: "¿Qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que te ocupes de ellos?" El punto principal de la oración es que tenemos un Dios personal que piensa y se ocupa de nosotros. Sí, es cierto: somos un punto imperceptible dentro del vasto universo. "¡Sin embargo, Dios tiene interés en cada individuo! ¡Se preocupa personalmente e íntimamente por cada ser humano!" (MacDonald) ¿Y por qué? El salmo da la respuesta: "Los hiciste poco menor que Dios." Es decir, como tradicionalmente decimos, fuimos creados "a imagen y semejanza de Dios." Ajá, hay galaxias y estrellas diseminadas por los espacios infinitos, pero por mucho que esto nos sorprenda, allí no está la imagen de Dios. Es la obra de Dios pero no su imagen. Lo realmente único, sorprendente, digno de admiración, es que en nosotros repose la semejanza del Dios creador del universo. "El hombre comparte con Dios algunas facultades que no son compartidas en ninguna otra parte de la creación" continua diciendo el comentarista bíblico. No debemos sentirnos como huérfanos del universo. La "soledad cósmica" de la que habla el filósofo queda descartada. Somos objeto de la amorosa solicitud de ese Dios que nos protege y bendice. Alrededor del mundo son muchos los que dan testimonio de una intervención milagrosa de la Deidad en sus vidas. Habrá sus excepciones pero la excepción no anula la regla. Misterios ante los que debemos guardar silencio.


Querido lector: termino abruptamente este artículo preguntando: ¿Vives a la altura de esas facultades que compartes con Dios? ¿Has hecho algún esfuerzo para tener comunión con el Dios del cosmos?


1 Agosto 2011

jueves, 8 de diciembre de 2011

El mundo es una ilusión (la teología de Phillip K. Dick)*

Un enigmático episodio, en el que recibió una "invasión mental cósmica", marcó la vida de Phillip K. Dick e hizo que creyera que el mundo en el que vivimos es un simulacro, desarrollando toda una teología de la gran ilusión cósmica.

Hace un par de semanas se publicó The Exegesis, la obra póstuma de Phillip K. Dick de más de 900 páginas en donde el que actualmente es el escritor de ciencia ficción más popular de Hollywood (y quizás pase a ser el más importante en la historia del género), explora y reflexiona sobre un intrigante episodio que le ocurrió en 1974 y del cual se deriva (y cifra) su teología. Estas meditaciones metafísicas, que no fueron escritas para ser publicadas, constan de más de 9,000 páginas, las cuales fueron editadas para componer una obra relativamente digerible.

La teología sobre la que devanea K. Dick es, como quizás sea obvio para sus lectores, una espectral madeja de paranoia y lucidez que, más allá de explorar una veta un tanto radical (y alucinatoria) del cristianismo, se centra en la preocupación central de la obra de este escritor estadounidense: qué es la realidad. Este cuestionamiento, que ha sido abordada con cierto parentesco por Borges, Baudrillard, Hume y los filosófos presocráticos, encuentra en K. Dick a uno de sus más profundos inquisidores.

El 20 de febrero de 1974, Phillip K. Dick vivió un acontecimiento —que alguna vez describió como una invasión mental cósmica— en el que, aparentemente, un rayo láser le disparó una corriente de conocimientos arcanos.

Ese día de febrero de 1974, justo la semana en la que se había publicado la novela Flow My Tears, the Policeman Said, Dick fue al dentista a que le quitaran las muelas del juicio bajo los efectos del tiopentato de sodio. Pocas horas después se halló sufriendo un dolor extremo en su casa. Su esposa habló a la farmacia a pedir analgésicos. Tocaron a su puerta y, según relata, K.Dick sintió la necesidad de abrir él mismo pese a que estaba sangrando y adolorido. La chica de la farmacia llevaba puesto un collar brillante con un pez dorado en el centro. Este pez hipnotizó a Dick, quien le preguntó a la chica:

“Qué significa?”

La chica tocó el pez dorado resplandeciente con su mano y dijo :”Es un símbolo usado por los primeros cristianos”.

Luego me dio mis medicamentos. En ese instante, mientra volteaba a ver el símbolo del pez brillante y oía sus palabras, experimenté de súbito lo que luego descubrí se conoce comoanamnesis —una palabra griega que significa, literalmente, “pérdida del olvido”. Recordé quién era y dónde estaba. En un instante, en un parpadeo, todo regresó a mí. Y no solo podía recordarlo: lo podía ver. La niña era una cristiana secreta y yo también. Vivíamos con miedo de ser detectados por los romanos. Teníamos que comunicarnos con signos crípticos. Ella me había dicho esto y era verdad.

Phillip K. Dick viviría el resto de su vida, hasta 1982, obsesionado por este episodio que incluiría una serie de comunicaciones telepáticas el mes subsecuente. De aquí se desprende la extraña cosmogonía de Phillip K. Dick, que si bien ya había sido esbozada en muchas de sus obras previas, toma un cariz radical y se afianza en su teoría de que la realidad en la que vivimos es un simulacro. En su ensayo How to Build a Universe That Doesn’t Fall Apart explica:

La respuesta a la que he llegado tal vez no sea la correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo. Mi teoría es esta: en algún sentido fundamental: el tiempo no es real. O quizás sí sea real, pero no como lo experimentamos o como imaginamos que lo es. Tuve una aguda y abrumadora certidumbre (y todavía la tengo) de que pese a todo el cambio que vemos, un paisaje específico permanente subyace al mundo del cambio: y este paisaje invisible subyacente es el de la Biblia; es, específicamente, el periodo inmediato a la muerte y la resurrección de Cristo; es, en otras palabras, el tiempo del Libro de los Hechos.

Puede parecer un tanto delirante que un escritor ahora tan reconocido, y cuyas historias alimentan el cine y la televisión cada vez más, creyera que en realidad estamos en Judea, inmóviles (como el Ser de Parménides), 2000 mil años atrás. Phillip K. Dick era consciente de esto y muchas veces buscó desestimar esta espisodio visionario —que siempre persistió como un enigma. Lo transmutó en ficción en la que para algunos es su obra maestra, VALIS, novela en la que el rayo láser que percibió dispararse del collar de la repartidora de fármacos se vuelve el rayo láser satelital que usa la computadora cósmica para proyectar hologramas y transmitir información en la Tierra —mantener también esta ilusión temporal. El sueño eléctrico de la divinidad de K. Dick, novelado, en el que esta divinidad informática que proviene de Sirio se comunica con él para revelarle lo que podríamos llamar los intersticios de la Matrix.

Dick escribió en Exegesis:

Parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento —una falla— en la recuperación de la memoria.

Tenemos aquí una clara muestra de la anamnesis que es clave en el sistema filosófico-religioso de K. Dick y la cual equivale a la gnosis platónica: saber es recordar. Recordar quiénes somos, intuye K. Dick, es ver más allá del simulacro, acceder a la esencia intemporal que participa en el Logos (el Logos que es “aquel que piensa, y aquello que se piensa: el pensador y el pensamiento juntos”; Dick cree, como cierta corriente en la física cuántica, que la información es el constituyente primordial del universo). Asimismo, la conciencia de que somos proyecciones holográficas o seres ensoñados nos abre la puerta a ser el proyector de hologramas y el soñador.

El éxito de K. Dick se sustenta en que pese a que llevó a su mente a los límites más extremos de la metafísica, que en ocasiones rayaron en la más pura psicosis, siempre conservó el humor y la crítica. También de How to Build a Universe That Doesn’t Fall Apart:

Me puedo imaginar a mí mismo siendo examinado por un psiquiatra. El psiquiatra dice, “¿Qué año es? Yo respondo, “50 d.C”. El psiquiatra parpadea y luego me pregunta. “¿Y dónde estás tú?” Yo respondó, “En Judea”. “¿Dónde rayos está eso?”, me pregunta. “Es parte del Imperio Romano”, tendría que responder. “¿Sabes quién es presidente?”, me preguntaría el psiquiatra, y yo repsondería, “El procurador Felix”. “¿Estás seguro de esto”, diría el psiquiatra, mientras que da señales encubiertas a dos asistentes corpulentos. “Sí”, le respondería. “A menos de que Felix haya dejado su puesto y entonces habría sido reemplazado por el procurador Festus. Ve, San Pablo fue aprehendido por Felix por…”. “¿Quién te dijo todo esto?”, interrumpiría el psiquiatra, irritado, y yo respondería, “El Espíritu Santo”. Después de eso me retendrían en la habitación de hule, dentro mirando hacia afuera, y sabiendo exactamente por qué estaba ahí.

Siempre esta doble realidad en el pensamiento de K. Dick: el psiquiatra es también el procurador romano que detiene a los cristianos, que lo detiene a él que ha escuchado la voz del Espíritu Santo, cuya paloma ahora es un rayo láser. Estamos aquí y allá, sentados en la eternidad y en esta película (una especie de cinta de Hollywood personalizado) que es el tiempo.

La obsesión por el episodio epifánico de K. Dick se vio aumentada por el hecho de que aparentemente recibió información telepática que comprobó ser cierta más allá de su mente. Supuestamente se le avisó que su hijo estaba enfermó y podría morir. Examinaciones médicas de rutina mostraban que el niño no tenía ninguna enfermedad; sin embargo, K. Dick insistió en que se realizaran exámenes exhaustivos. Se le decubrió una hernia inguinal que lo habría matado si no hubiera intervenido la inteligencia cósmica. Esta comunicación, de manera cambiante, fue percibida por K. Dick como proveniente de una inteligencia del sistema estelar de Sirio (para los interesados en el tema se recomienda leerCosmic Trigger, donde Robert Anton Wislon explora la sincronicidad de que por la misma época varias personas reportaron recibir comunicación telepática de Sirio, entre ellos, él y Tim Leary). Los emisores son los constructores originales, que en VALIS revelan: “Nunca lo hemos dejado de hacer… Todavía construimos. Construimos este mundo. Esta matriz de espacio-tiempo”. Phillip K. Dick liga a los arquitectos de la Matrix sirianos con los cristianos del código del pez: ¿acaso las entidades sirianas son semidioses marinos, una especie de peces cibernéticos súper-evolucionados, cuyo linaje entronca con Cristo?

Añadiendo a la mistificación, por el tiempo de la invasión cósmica mental la esposa de K. Dick supuestamente transcribió sonidos cuando lo oyó hablar dormido y descubrió que estaba hablando en griego koiné, el dialéctco que se hablaba en la era helénica de la antigua Grecia y el cual nunca había estudiado. Este espisodio de supuesta xenoglosia no se ha podido aclarar si es parte de una mitificación à propos del mismo K. Dick o un suceso que él mismo penso que sí ocurrió –quizás en su mente se borran las fronteras entre su obra y la realidad.

En febrero de 1974 K. Dick acababa de publicar su novela Flow My Tears, The Policeman Said, la cual, según contó en varias ocasiones, descubrió a posteriori que estaba, inconscientemente, registrando sucesos que ocurrían en el Libro de los Hechos y cuyos personajes describían de manera puntual a personas que aún no conocía. Esto contribuyó a que no tomara el episodio visionario a la ligera.

Evidentemente los críticos y biógrafos de Phillip K. Dick proponen teorías alternativas para explicar la fuente de su trance visionario. Una de las versiones más socorridas es la de que este episodio fue propiciado por un ataque de epilepsia del lóbulo temporal (al parecer K. Dick, como Van Gogh, Dostoievski o Flaubert, padecía esta condición con la que la ciencia muchas veces intenta explicar las teofanías). También se han esbozado versiones de que fue el resultado del exceso de vitaminas que consumía, un flashback de su experimentación con drogas psicoactivas o simplemente una manifestación de su psique desequilibrada que por momentos lo llevaba a la locura. El mismo K. Dick consideró en algunos momentos de su vida que podía tener un origen neurológico, lo cual es parte de la tesis que desarrolla en VALIS a través de su alter ego Horselover Fat, quien tal vez padece esquiozofrenia. Consideró, sin embago, muchas otras posibilidades, algunas bastante extrañas, como la de que el obisbo muerto Jim Pike estaba invadiendo su mente (acaso por resonancia mórfica espectral) y luego pensando que más bien era la mente de un antiguo griego llamado Asklepios o una posesión avatárica del profeta Elías.

Aún más interesante que definir qué fue lo que sucedió aquella mítica tarde del 20 de febrero de 1974 es navegar a través de las elucubraciones que suscitó dicho episiodio, consolidando en este escritor una inexorable suspicacia de que la realidad que experimentamos es falsa. Aquí vale la pena salir un momento de la dimensión psicótica de K. Dick para encontrar ecos de su visión radical de la realidad en otros autores que quizás sean considerados con mayor estimación por el mainstream. Vemos en Borges un notable parangón:

“El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro caso?” yo conjeturo que es así. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.

Estos intersticios pueden ser los canales por los cuales la divinidad se comunica a sí misma su ilusión de ser en el tiempo. Y quizás no es del todo importante si ocurren generados por una aflicción neurológica, la ingestión de una sustancia psicodélica, un rayo láser rosa o por el mismo Espíritu Santo, ya que lo que se comunica es, más que la esencia de la divinidad, la ilusión del mundo —en cuyo desvelo está esa divinidad. Phillip K. Dick era un maestro en hacernos cuestionar esta realidad, ver, por así decirlo, los cables detrás de las cosas, el engranaje de la máquina y la escenografía que subyace al paisaje. “Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema”. La crisis del momento en el que se desmorona la realidad es el estado de máxima conciencia y transformación. Ponernos en esa situación, como lectores, es una extraordinaria virtud que germina la semilla central del pensamiento filosófico de nuestra civilización (que Platón atribuye a Sócrates): el derecho y la responsabilidad de cuestionar las cosas y cuestionar a la autoridad, una autoridad que podemos identificar con los constructores de la ilusión. En este sentido la teología de K. Dick tiene una lectura filosófica que no se ve necesariamente contaminada de religión o fanatismo.

La filosofía gnóstica de Phillip K. Dick tiene un profundo sentido ético (una ética metafísica). Más allá de que su obra, dentro de la simulación y el artificio que predomina, celebra al humano auténico y exalta la empatía como la emoción suprema que permite al hombre permanecer dentro de la ilusoriedad que, como en Ubik, hace todo evanescente y corrupto, K. Dick sugiere que es nuestra labor realizar el mundo:

En el Timeo, Dios no crea el universo, como sí lo hace el Dios cristiano. Simplemente lo encuentra un día. Está en un estado de caos total. Dios se dispone a transformar el caos en orden. Esta idea me atrae y la he adaptado para adaptarla con mis propias necesidades intelectuales: ¿qué pasaría si nuestro universo empezara como algo no del todo real, una especie de ilusión, como la religión hinduista sostiene, y Dios, por amor y caridad hacia nosotros, lentamente lo está transmutando, lenta y secretamente, en algo real?

Para llegar (o llevar) al mundo a la realidad, según la exploración teológica de K. Dick, el hombre debe descubir su ilusoriedad fundamental, pero también combatir todo aquello que falsifica y simula. Por lo tanto son los valores que históricamente predican las grandes religiones los que le permiten afianzarse dentro de la desintegración ontológica que permea a este mundo, concebido como una contracreación o una copia de la realidad divina por un demiurgo a veces identificado con el diablo. En el amor y en la empatía el hombre vislumbra el orden divino original y participa en la esencia subyacente de las cosas o espíritu. Dice Dick:

La suma de mucha de la teología y la filosofía presocrática puede expresarse así: el kosmos no es como aparenta ser, y probablemente lo que es, en su nivel más profundo, es exactamente lo que los seres humanos son en un nivel más profundo —llámenlo alma o mente, es algo unitario que vive y piensa, y solo parece ser plural y material.

Dudar de la realidad del mundo material, del mundo sólido que experimentamos todos los días y en el cual nos construimos como entidades individuales aparentemente independientes de los demás, puede considerarse para muchas personas una simple alucinación o una percepción poco fundamentada según los preceptos aprendidos de la razón (o como algo aterrador al significarnos como simulacros). Las cosas no se desintegran de la nada, siguen ahí, pueden tocarse y a la vez cambian conforme a leyes establecidas, predecibles y constantes. Pero consideremos la posibilidad de que esto sea así precisamente porque nosotros —o alguien más— las dotamos de esta realidad: al participar después de todo en la divinidad subyacente somos entidades dadoras de realidad, la mirada es siempre transformadora.

Phillip K. Dick definió la realidad como “aquello que persiste, incluso cuando dejamos de creer en ello”. Las cosas —la mesa, el árbol, el auto— persisten en nuestra experiencia común: no nos despertamos y nuestra mesa ha desaparecido. Pero, ¿cuándo hemos dejado de creer en la mesa? ¿Cuándo hemos en verdad dejado de creer en la solidez del mundo? Y, al morir, ¿acaso permanecerá la personalidad que supuestamente integramos: ser Phillip, o Juan, o Yo, si dejamos de creer que somos esa persona?

El autor de esta entrada manifiesta su afinidad con la delirante y valiente obra de Phillip K. Dick y la fascinación por interrogar la naturaleza de la realidad. Quizás esto muestra una especie de rechazo al mundo, una excesiva oniricidad, pero quien alguna vez ha visto —o al menos ha creído ver— la radical ilusoriedad de este, el código de glifos y fractales luminosos de la Matrix o los fotogramas con los cuales los agentes van concatenando el holograma del tiempo, difícilmente dejará de sentirse atraído por estos temas y estará genuinamente interesado en descorrer el velo, siquiera por un instante, y asomarse al jardín que yace suspendido en la eternidad, aquí.

Escribiendo en Disneylandia, Phillip K. Dick anticipó la realización al final de los tiempos:

Tal vez el tiempo no solo se está acelerando; tal vez, además, está por terminar.

Y si lo hace, los juegos de Disneylandia no serán nunca igual. Porque cuando el tiempo finalice, las aves y los hipopótamos y los leones y los venados de Disneylandia no serán más simulaciones, y, por primera vez, un ave real cantará.

Twitter del autor: @alepholo

*Tomado de http://pijamasurf.com/2011/12/el-mundo-es-una-ilusion-la-teologia-de-phillip-k-dick/

viernes, 3 de junio de 2011

RUTAS DE FE

UNA IMAGEN, UNA PUERTA, UN CAMINO…

TIBISAY VARGAS ROJAS


Los caminos de Dios son insondables, el hombre, los surca…

Para quienes vivimos en estos predios que los estados Guárico y Aragua ven reverdecer fulgurosamente cuando el invierno abre sus venas de agua, el nombre de Nuestra Señora de La Misericordia y Caridad, es, más que familiar, íntimo.

La fe del creyente local tiene en su corazón espacio y en sus labios invocación para la llama mariana de esta advocación, que según crónicas nació a principios del siglo XVII en suelo venezolano, en la casa familiar del entonces Alcalde de la Santa Hermandad Don Luís Ximénez de Rojas, de origen español, quien veneraba en altar familiar una pequeña imagen al óleo sobre madera de la Virgen de La Caridad, seguramente traída de España, y quizá herencia de familia.

La vivienda de Ximénez de Rojas se ubicaba en la sabana de El Chaparral de Suata (hoy San Juan de los Morros), espacio abarcado en jurisdicción por la ciudad madre o cantón del centro del país para entonces, San Sebastián de Los Reyes, fundada el 6 de enero de 1585 por el Capitán Sebastián Díaz de Alfaro, conquistador español natural de Sanlúcar de Barrameda, que atravesando vicisitudes y seis mudanzas, logró su asiento definitivo en las márgenes del río Caramacate. El 6 de enero del presente esta ciudad aragueña cumplió 409 años de fundada, y sus límites originales, imprecisos por cambios de asiento, a decir de historiadores y cronistas, abarcaban jurisdiccionalmente parte de los hoy estados Aragua, Guárico, Miranda, Carabobo, Cojedes, Portuguesa, y Apure.

Un incendio destruye la casa de Ximénez de Rojas, y el portento de quedar incólume entre las cenizas la imagen devocional, convierte a la zona de El Chaparral en lugar de culto y peregrinaje, hasta que la fama del prodigio, y testimonio de fe de quienes solicitaron en su necesidad a La Virgen de La Caridad el auxilio divino, hace que el 22 de enero de 1692, la imagen fuera trasladada a la ciudad de San Sebastián por disposición del 1lmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Caracas y Venezuela para entonces, Don Diego Baños y Sotomayor, para su mayor protección en la iglesia parroquial, y con miras a la construcción en la ciudad de un templo para su exclusivo culto, que quedó concluido a finales de 1731.

Allí se entronizó entonces la imagen de la Virgen de La Caridad, para quedar como Patrona de la ciudad, que ya tenía a San Sebastián Mártir como Patrono desde su fundación, y posteriormente, para efectos de asegurar el mantenimiento del culto a la venerada imagen que desbordaba el afecto de feligreses y peregrinos desde su entronización, se fundó una hermandad que administrara bienes, e imprimiera responsabilidades, y que lleva por nombre desde el 4 de junio de 1792, de Cofradía de Nuestra Señora de La Caridad.

Todo este periplo acontecido a la imagen, ha marcado profunda huella en los devotos sansebastianeros, pero no menor aun, en los originales…

En reciente paseo por los predios de El Chino, caserío aledaño a San Juan de los Morros, y al cual se accede desde esta población a la altura de la zona de La Puerta, del lado derecho de la carretera nacional hacia Villa de Cura, las demostraciones de fe a Nuestra Señora de La Caridad, me conmovieron profundamente, y sé que de igual modo a mi esposo Jeroh, nuestra hija Valeria, mi amiga sansebastianera Belén Cristina, su esposo Alejandro, y a sus tres pequeños hijos, con quienes compartíamos el paseo de un soleado día de aventuras entre petroglifos y puntos de referencia histórica, como la antigua casa del Presidente del Estado Aragua para los años cuarenta Aníbal Paradisi, hoy abandonada, aunque en buen estado de conservación, y sobre la que pesan leyendas locales.

Nuestra sorpresa al descubrir a cuatro horas de transitar por carretera de tierra y difícil acceso, que el amigo Alejandro sorteó felizmente, la presencia de pequeñas oquedades talladas en la dura roca que flanquea el camino, y que resguardaban en su seno imágenes de la Virgen de La Caridad, con pequeños exvotos, flores y cirios, sobrepasó nuestro asombro. Y es que entonces caí en cuenta de la vecindad del primitivo enclave del culto: cerca, muy cerca, están los predios de El Chaparral.

Vecinos del lugar, gente de campo, que entrega a la tierra su esfuerzo diario, dan fe de que en el corral de ganado de una propiedad privada de la zona, están aún los vestigios de asiento de la que fuera otrora casa de Luís Ximénez de Rojas, propietario de la imagen, y por tanto, lugar de nacimiento del culto a Nuestra Señora de La Caridad, manifiestan además, que una pequeña capilla marca el sitio del portento.

No pudimos llegar hasta allí pues lo avanzado de la hora, y una avería del vehículo, nos hicieron poner marcha de regreso a San Juan. Sin embargo, es ya promesa en mi interior retornar cuando sea posible, para ver con mis propios ojos lo referido, y placerme en la memoria de un colectivo marcado por una fe popular que los siglos no han mermado, y que por el contrario, como relicario de amor profundo se mantiene en el recuerdo, y se cultiva hacia una imagen, más allá de una puerta, un camino…

viernes, 25 de marzo de 2011

WITTGENSTEIN: LO MÍSTICO*

Sentimiento que aparece como consecuencia de mostrarse el mundo como un todo limitado. Sentimiento de la finitud que nos vincula con el mundo de la reli­gión, los valores absolutos y Dios.

Con este término nos referimos en castellano a ciertas experiencias en las que, supuestamente, Dios se nos hace presente, y presente de forma directa e inmediata. En la filosofía de Wittgenstein el concepto de lo místico no tiene este sentido de acontecimiento extraordinario; lo común al sentido Wittgensteiniano y al corriente es, en primer lugar, referirse a una experiencia que no se puede transmitir adecuadamente con palabras, y, en segundo lugar, referirse al mundo religioso; lo que le separa sería, en primer lugar, que no es la experiencia de Dios como tal, no es una experiencia en la que se nos muestre Dios en su aspecto propio (no es un ver a Dios), y, en segundo lugar, que es una experiencia frecuente, es una experiencia que muchas personas tienen. En su “Conferencia sobre ética” describe varias vivencias que nos relacionan con lo místico:

  • “creo que la mejor forma de describirla es decir que cuando la tengo me asombro ante la existencia del mundo. Me siento entonces inclinado a usar frases tales como “Qué extraordinario que las cosas existan” o “Qué extraordinario que el mundo exista”;

  • “se trata de lo que podríamos llamar la vivencia de sentirse absolutamente seguro. Me refiero a aquel estado anímico en el que nos sentimos inclinados a decir: Estoy seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme”.

“Cuando hablamos de Dios y de que lo ve todo, y cuando nos arrodillamos y le oramos, todos nuestros términos y acciones se asemejan a partes de una gran y compleja alegoría que le representa como un ser humano de enorme poder cuya gracia tratamos de ganarnos, etc., etc. Pero esta alegoría describe también la experiencia a la que acabo de aludir. Porque la primera de ellas es, según creo, exactamente aquello a lo que la gente se refiere cuando dice que Dios ha creado el mundo; y la experiencia de la absoluta seguridad ha sido descrita diciendo que nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera vivencia de este tipo es la sentirse culpable y queda también descrita por la frase: Dios condena nuestra conducta.”

Su posición empirista le llevó a negar la posibilidad de un acceso intelectual, racional a dichas realidades; consideró que en el mundo están presentes sólo los hechos, por lo que concluyó que Dios no se revela en el mundo (“Tractatus”, 6.432) y que ningún conocimiento relativo al mundo puede darle un sentido a éste y a la vida. Wittgenstein dedica pocas y breves sentencias a este concepto, por lo que no es nada fácil aclarar su sentido; de cualquier modo, los escasos textos permiten las siguientes consideraciones:

  • lo místico se relaciona con la religión y con el sentido último del mundo: el objeto de lo místico es Dios y los valores éticos y estéticos absolutos;

  • la posición de Wittgenstein sobre esta cuestión no es la misma que la del positivismo lógico, movimiento en el que se suele incluir al primer Wittgenstein: el neopositivismo fue contrario a la religión y a la metafísica, y por esta razón, cuando los filósofos incluidos en esta corriente leyeron el “Tractatus”, desatendieron las sentencias de esta obra en las que Wittgenstein presenta el concepto de lo místico y destacaron sus críticas a la filosofía. Pero cada vez está más claro que esta interpretación fue un malentendido –cuando no una lectura interesada–, pues no parece que Wittgenstein tuviese la intención de negar la religión o los objetos tradicionales de la metafísica (aunque sí, y nunca hay que olvidarlo, la posibilidad de construir un discurso con sentido de estos temas). En conversaciones particulares se declaró creyente (incluso pensó ingresar en la vida monástica), aunque no un creyente ordinario pues el concepto corriente de Dios y del alma no le convencían;

  • la experiencia mística no es una experiencia cognoscitiva sino un sentimiento: el objeto del sentimiento místico no se ofrece en el mundo, no es un hecho y sólo de los hechos cabe el conocimiento; sin embargo, hay otras formas de relacionarse con lo que hay, con lo existente, distinta a la relación cognoscitiva, y, aunque Wittgenstein en absoluto explica en qué consiste, sugiere que está del lado de los sentimientos: “Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico” (“Tractatus”, 6.45); esta experiencia es inefable, no se puede decir, pues está más allá de los límites del lenguaje: “¿No es ésta la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida, después de mucho dudar, no sepan decir en qué consiste este sentido?” (“Tractatus”, 6.521); de ahí la recomendación última del Tractatus (7) “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”;

  • aunque lo místico no se puede demostrar ni describir con el lenguaje, existe y se muestra por sí mismo: “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico” (“Tractatus”, 6.522)

  • la experiencia de lo místico no aparece por algún dato concreto del mundo que suscite nuestra extrañeza; en el mundo no hay otra cosa que hechos, y los problemas a los que éstos pueden dar lugar atañen sólo a cuestiones empíricas, por lo tanto a las ciencias; lo místico aparece ante la contemplación del mundo como un todo; aunque Wittgenstein, insistimos, no desarrolla esta idea, parece que se refiere a lo que otros autores han señalado: la gratuidad completa del mundo exige la existencia de un ser necesario, Dios: “No es lo místico cómo sea el mundo, sino que sea el mundo.” (“Tractatus”, 6.44). “Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico.” ("Tractatus", 6.45).

Como muestra de su actitud ante lo “místico” cabe recordar también las siguientes afirmaciones de su “Diario filosófico”: “¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Sé que este mundo existe. Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo problemático que llamamos su sentido. Que ese sentido no radica en él, sino fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que mi voluntad es buena o mala. Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la vida. Que podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparación de Dios con un padre. Pensar en el sentido de la vida es orar”. (“Diario filosófico”, 11.6. 16). “Creer en un Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido.” (“Diario filosófico”, 8.7.16).

Texto tomado de http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Wittgenstein/Wittgenstein-LoMistico.htm

Imagen tomada de http://vonneumannmachine.wordpress.com/page/27/?ref=spelling

lunes, 19 de abril de 2010

¿El Cristo de la Historia?

Daniel R Scott

Todavía está de moda la vieja costumbre de negar la existencia histórica de Jesús. Como dije esta tradición no es nueva: desde el siglo XVII no se ha hecho otra cosa que repetir como loros los mismos trillados argumentos. Sin embargo un estudio sincero y exhaustivo del tema nos lleva a la conclusión que no es tan sencillo descartar de plano lo que se ha venido a llamar "El Jesús de la Historia". A tal fin, nos limitaremos por ahora a estudiar brevemente las fuentes bibliográficas que nos dan razón de Jesús, a saber: los evangelios del Nuevo Testamento. Seremos breves.
La cantidad de manuscritos y su cercanía al original son sorprendentes. El Nuevo Testamento se preserva en 5.686 manuscritos que van desde el siglo II hasta el siglo XV. La cantidad de copias manuscritas es tal que permitiría reconstruir el original con exactitud. Dice un Diccionario Arqueológico: "El intervalo entre la composición original y la evidencia existente más antigua llega a ser tan pequeña como para ser de hecho insignificante." Acota John Montgomery: "Ser escépticos en cuanto al texto resultante de los libros del Nuevo Testamento es permitir que toda la antigüedad clásica caiga en la oscuridad, porque ningún otro documento del periodo antiguo está tan bien atestiguado bibliográficamente como el Nuevo Testamento." Veamos algunos ejemplos para ilustrar la frase citada.
La "Ilíada" de Homero fue redactada en el 800 antes de Cristo, pero la copia más antigua es del 400 después de Cristo. "Historia" de Herodoto fue redactado en el 400-420 antes de Cristo, pero la copia más antigua existente es del 900 después de Cristo. ¡Estamos hablando de 1350 años de intervalo! Y tan sólo existen 8 copias. El famoso "Comentario a la Guerra de las Galias." de Julio César fue compuesto entre el 100-44 antes de Cristo, pero la copia más antigua que se dispone es del 900 después de Cristo. ¡1000 años de intervalo!. Existen 7 obras de Sófocles, no obstante el manuscrito básico sobre el que se basan fue escrito 1400 años después de la muerte del poeta. Y nadie pone en duda la existencia del personaje.
En cambio, cuando se trata del Nuevo Testamento contamos 114 fragmentos, 200 libros, 325 Nuevos Testamentos completos escritos entre el 50-100 después de Cristo. ¡Juzga por ti mismo lector! La evidencia bibliográfica avala satisfactoriamente la existencia de un personaje singular llamado Jesús! "La cantidad de manuscritos disponibles del Nuevo Testamento es abrumadoramente mayor que aquella para cualquier otra obra de la literatura antigua" (J. Harold Greenle) Fueron escritos mucho más cerca de la fecha del escrito original que en el caso de cualquier otra pieza de literatura antigua. A esta altura del artículo me entero de un hallazgo arqueológico consistente en un trozo de madera que grita su histórica antigüedad. Se trata de la inscripción que los verdugos colocaron sobre la cabeza de Cristo en la cruz: "Este es Jesús, Rey de los Judíos." Cuando se comparan estas palabras con la inscripción latina sobre una losa hallada en la antigua ciudad de Cesarea donde aparece el nombre de Pilatos, nos encontramos que el estilo literario de ambos es el mismo: el utilizado cuando Jesús y Pilatos eran contemporáneos, estilo que desapareció con los siglos e imposible de falsificar en la Edad Media. ¿Qué más prueba se quiere del Jesús histórico?
Pero yo, en lo más intimo de mi ser, ¿qué creo? Pues a mi me interesa más el Cristo de la fe que el Cristo de la historia. ¿Que utilidad puede prestar un Cristo histórico en el cual no se cree? ¿Cuantos de sus contemporáneos no le rechazaron y negaron hasta llevarlo a la cruz? Aún hoy, en el siglo XXI, hay muchos que con gusto lo volverían a crucificar. Me quedo con el Cristo de la fe. Como dijo muy acertadamente el filántropo y teólogo liberal Albert Schwizer: "Pero la verdad es que el Jesús que tiene significado para nuestra época y tiene el poder para ayudarla, no es el Jesús conocido históricamente, sino el Jesús resucitado espiritualmente en los seres humanos. Lo que conquista al mundo no es el Jesús de la Historia, sino el espíritu que sale de él y crea una nueva influencia y gobierno en el espíritu de los hombres."
16 Abril 2010

martes, 1 de diciembre de 2009

Querida Hermana María Quiñones

Daniel R. Scott

"En el trabajo que se hace para Dios no hay pérdida" ( Maria Quiñones, 14 Noviembre 2009 )


El pasado 19 de los corrientes, a las 5:00 A.M., partió con el Señor la queridísima hermana Maria Quiñones, cristiana devota a la que todos profesamos un cariño entrañable. Los que tuvimos el privilegio de conocerle y compartir con ella momentos de solaz espiritual, nos quedó la convicción de que jamás la podremos olvidar y, que a partir de ahora, vamos a añorar aunque sea una sola palabra de ella, de las que solía decir con esa humildad y autoridad que solamente pueden provenir de Dios. Sin en embargo antes de irse nos dejó el ramo de rosas de una conducta que nos embellece el alma con su aroma.
Si hubo una hermana que supo encarnar la inmortal frase bíblica: "Para mí vivir es Cristo." esa fue la hermana Maria. Cristo era su Señor, Salvador, la razón de su vida, una práctica, el resorte y la acción de su ser, un estado de conciencia y el principio rector de su existencia. Como dijo alguien, ella era "un santo donde Cristo vuelve a vivir." O como decia el adagio latino: "El cristiano es otro Cristo." Aun la veo en compañía de los hermanos Hilda y Pablito, visitando hospitales, orando por los enfermos, consolando al decaído, visitando hogares a los cuales se llegaba subiendo o bajando cerros escabrosos y empinados, para llevar a los pobres de espíritu el Evangelio de Jesucristo. "Es una anciana con un corazón y una vitalidad de mil jóvenes", pensaba yo admirado y conmovido, cuando la veía cruzar la peligrosa carretera del sector de "Las Palmas."
La visité el lunes anterior a su partida. Estaba débil. Sin embargo tenía fuerzas para sostener una conversación clara y coherente conmigo. Cantamos un himno titulado "Cerca de Ti Señor", compartimos una porción de esa Palabra de Dios que ella tanto amó y luego nos despedimos elevando una oración a Dios.
Su hija me acompañó hasta la puerta de la casa. Me comento entristecida que la hermana María veía ángeles a su alrededor. Me despedi y caminé rumbo a la parada, pensando en el asunto de los ángeles. "Pero la hermana mantiene su lucidez" meditaba. Una vez que abordé el autobús, abri al azar un libro que había comprado horas antes, y lo primero que encontré fue el sermón numero 11, titulado: "Los ángeles de Dios." Mi sorpresa fue grande, mayor aún cuando lei: "Los ángeles pueden llevarnos a la Presencia de Dios en la muerte." Y a continuación dieron un ejemplo basado en la Biblia. Confieso que en ese momento me senti situado en la frontera de lo visible e invisible, de lo natural y lo sobrenatural. Lo que ven nuestros ojos físicos no es todo lo que existe. Ciertamente ángeles custodiaban a mi hermana en la espera de llevarla a su morada eterna.
Tres días más tarde, apenas despuntando el alba, María partió con el Señor. Llegué al hospital amaneciendo. Pregunté por ella y estuve a su lado largo tiempo. Su rostro sereno daba la impresión de estar dormido, tanto que cualquier ruido parecía poderla despertar. Sus mejillas se conservaban tibias. Su cabello, de un blanco y plateado purísimos, parecía celestial. La hermana fue sepultada con la bata de mangas largas que usó cuando bajó a las aguas, el día de su bautismo. La conservó para esta ocasión. Hasta en ese detalle su vivir "era Cristo."
María Quiñones está en el Cielo, el lugar más perfecto y hermoso que se pueda concebir. Un lugar literal. Dice Billy Graham: "En el cielo estaremos con Dios. El Cielo es muchas cosas, pero esta es la más importante: ES LA MORADA DE DIOS. ¡Es el lugar donde Dios vive! El Cielo es una dimensión totalmente distinta de la existencia."
Del Cielo se dice: "Estaremos siempre con el Señor." ( 1 Tesalonicenses 4.17 )
Siempre y cuando Jesucristo sea el Señor de tu vida aqui en la tierra.
26 Noviembre 2009

Imagen tomada de http://versaliaii.blogspot.com/2008/03/porque-siempre-esperan-el-ngel.html

martes, 30 de diciembre de 2008

Borges y el misterio de Swedenborg*

Entrevista de Christian Wildner (*) con Jorge Luis Borges sobre el científico y visionario sueco

A continuación una entrevista realizada por Christian Wildner en 1984 a Jorge Luis Borges sobre el místico sueco que pretendió difundir un conocimiento exhaustivo de las jerarquías angélicas de los cielos y las presencias demoníacas del Infierno. Emanuel Swedenborg (Estocolmo, 1688-Londres, 1772) brilló, en la primera etapa de su vida, en el terreno de las ciencias. La última etapa de su obra explora el mundo de lo invisible con rigurosa precisión científica. Para profundizar en la vida y obra de Swedenborg recomendamos una conferencia borgeana de la que damos precisiones al final de estas breves palabras preliminares.

La entrevista con Borges que aquí se presenta en torno al extraordinario sueco integra el prólogo de la edición castellana de una obra esencial de Emanuel Swedenborg: El Cielo y sus Maravillas y el Infierno, editado por editorial Kier en Buenos Aires, en 1991. Christian Wildner es también autor de la traducción de la mencionada obra, que posee el mérito adicional de ser la primera traducción completa en castellano. El título original de la obra es De Caelo et Ejus Mirabilibus et de Inferno que fue publicada por primera vez en Londres, en 1758, en latín. Luego, hubo una versión inglesa: Heaven and its Wonders and Hell, traducido por John C. Ager, que fue publicada por la Swedenborg Foundation en 1963. Esta entrevista con Jorges Luis Borges a propósito de la metafísica exploración de Swedenborg del cielo y el infierno puede ser ampliada mediante otros momentos de la obra borgiana. Estos son:

1) Dentro de la obra Prólogos con un Prólogo de Prólogos podrán hallar un prólogo borgeano a los Mystical works de Swedenborg.

Fuente: Prólogo a Emanuel Swedenborg en Prólogo con un Prólogo de Prólogos (1975) en Jorge Luis Borges, Obras completas, IV, Buenos Aires, Emecé, 1996. pp. 142-150.

2) El 16 de junio de 1978 Borges le dedica una notable conferencia en torno a la vida y obra de Emanuel Swedenborg donde manifiesta que acaso el visionario sueco fue la personalidad más extraordinaria de la historia.
Fuente: Conferencia sobre Emanuel Swedenborg, en Borges oral (1979) en Jorge Luis Borges, Obras completas, IV, Buenos Aires, Emecé, 1996, pp.180-197.

También es de destacar el ensayo que a Swedenborg le dedica Ralph Waldo Emerson, el gran ensayista norteamericano, en su trascendente obra Hombres representativos.

Fuente: Ralph Walso Emerson, “Swedenborg o el místico”, en Hombres representativos, Buenos Aires, Losada, 1991, pp.66-101.

Y tampoco olvidemos la novela de Honorato de Balzac inspirada en el místico sueco: Serafita. En lengua castellana, de esta obra existe una versión de Editorial Iberia S.A, con traducción del francés de Eduardo Pons Prades.

E.I

(*) Pedimos disculpas al Sr. Christian Wildner por la involuntaria no consignación anterior de su autoría de la entrevista y prólogo de la traducción completa por él mismo realizada de Emanuel Swedenborg, El Cielo y sus Maravillas y el Infierno, Buenos Aires, 1991, Editorial Kier. Esta traducción de la obra del místico sueco es la primera traducción completa en lengua castellana. Como ya se consignó, la entrevista es del año 1984 y la publicación de la traducción de 1991.

E.I BORGES Y EL MISTERIO DE SWEDENBORG

“Voltaire dijo que el hombre más extraordinario que registra la historia fue Carlos XII. Yo diría: quizá el hombre más extraordinario -si es que admitimos esos superlativos- fue el más misterioso de los súbditos de Carlos XII, Emanuel Swedenborg”.

Éstas son las palabras inaugurales de Borges en la conferencia que pronunciara en la Universidad de Belgrano sobre el místico sueco.

Por la misma época en que leía la versión escrita de esa conferencia, llegaba casualmente a mis manos una novela de Balzac, una novela mística, inspirada justamente en Swedenborg: Serafita. Algún tiempo después, volví a encontrar su nombre, en una vieja colección de ensayos de Paul Valery.

Habiendo agotado mis esfuerzos por hallar textos de Swedenborg en español, finalmente, y también de manera casual, di con una biografíasuya en inglés en la librería Strand de New York. Después de leerla, volví a la Strand, buscando ahora libros escritos por Swedenborg. No hallé ninguno. Por suerte un librero me informó que existía una Fundación Cultural que llevaba su nombre. Y que esa Fundación se dedicaba casi exclusivamente a la publicación de sus obras.

Ahora podía elegir. Y obedeciendo a mi natural disposición, comencé a leer sus escritos teológicos y místicos. Quedé maravillado. Durante casi tres años, alternaba toda otra lectura, con su prosa sosegada, coloquial y minuciosa. Pude leer su Arcana Coelestia, donde expone lo que él llama el sentido interno o espiritual de los dos primeros Libros de la Biblia; su cosmogónica doctrina de las correspondencias; sus travesías por el mundo espiritual; y sus habituales diálogos con los espíritus, los demonios y los ángeles.

Y toda esta íntima aventura del espíritu, es protagonizada por un hombre que al llegar a los cincuenta años era considerado como uno de los científicos más eminentes de su tiempo. Desde entonces, desde que descubrí el fabuloso mundo de Swedenborg, me propuse acercarme a Borges, para agradecerle el hallazgo, y para conversar con él (para oírlo hablar a él) sobre el tema.

Cuando llegamos a la casa de Borges -nos había citado a las cinco de la tarde- interrumpimos una suerte de ceremonia todavía habitual entre ciertas familias; la ceremonia del té. En mangas de camisa, una impecable camisa blanca; erguido, Borges no se inclinaba para aproximarse a la taza: la elevaba hacia él, por así decirlo, como si se tratara de algún instrumento ritual. Apenas notó nuestra presencia; sin apresurarse, volvió a dejarla sobre la mesa con el mismo ademán mesurado y casi solemne. Entonces se puso de pie; y ahora sí, inclinó levemente la cabeza dándonos la bienvenida.

Al mismo tiempo que nos hacía pasar a la sala con expresiones de auténtica y espontánea cortesía, volvió a tomar asiento luego de excusarse. En seguida, acompañado por la doméstica, salió de la sala. La desenvoltura, la natural simpatía, y la afabilidad de su trato, neutralizaron de entrada esa fastidiosa sensación opresiva de los prolegómenos. Cuando regresó, lucía un regio traje de color pardo claro, se había puesto una corbata de un tono algo más oscuro, y empuñaba su emblemático bastón. Ahora nos recibía como anfitrión, con todas las de la ley; había cambiado su atuendo para cumplir con otra ceremonia, la ceremonia de la hospitalidad.

Se sentó en el amplio sillón de la sala, enfrente al mío, e inmediatamente recordó el tema que habíamos hablado un año atrás en el salón de lectura de la New York Library. Era el mismo que evocaríamos ahora, aquí en Buenos Aires, en su departamento de la calle Maipú; un tema recóndito y fascinante: Emanuel Swedenborg. Y Borges no aguardó la primera pregunta, era evidente que se trataba de una de sus ocupaciones predilectas: El Misterio.

-”Yo escribí un prólogo a un libro sobre Swedenborg a instancias del Sr. Spiers, de la Fundación Swedenborg. Y tengo en proyecto (claro que a mi edad los proyectos son un tanto aleatorios) un libro sobre las tres salvaciones; la primera es la de Cristo, que es de carácter ético; la segunda es la de Swedenborg, que es ética e intelectual; y la tercera es la de Blake, discípulo rebelde de Swedenborg, que es ética, intelectual y estética, que se basa en las parábolas de Cristo, que él dice que son obras de arte”.

-Usted ya me había comentado cuando lo vi en Nueva York que pensaba escribir un libro sobre Swedenborg…

-”Sí, pero ahora he pensado, que es mejor hacerlo de ese modo. Comenzando con Jesús, luego Swedenborg y luego Blake. Sería más fácil hacerlo así, ya que no se necesitarían tantos textos. Tengo la edición de Everyman’s Library (cuatro volúmenes), un par de biografías, un libro por un especialista escrito en sueco y vertido al inglés … ¿Usted quería hacerme una pregunta?”

-Si. En primer lugar, me gustaría saber de qué manera conoció usted a Swedenborg.

-”Lo conocí por Emerson. Porque Emerson tiene un libro: “Representative Men”. Ese libro está escrito un poco a la manera de ‘On Heroes Heroworship and the Heroic In History’, de Carlyle, que fue de algún modo su maestro; entonces, él toma distintos tipos humanos. Recuerdo que son: Montaigne o el escéptico, Swedenborg o el místico, Shakespeare o el poeta, Napoleón o el hombre del mundo y Goethe o el escritor.

Yo comencé leyendo ese libro. Ese libro lo leí en Ginebra en el año 14 o 15; y luego, mi padre tenía un ejemplar de ‘Heaven and HeIl’, Caelo et Inferno’; él lo tenía en una edición de la Everyman’s Library. Bien, yo leí ese libro y encargué a Inglaterra los otros tres publicados por la misma editorial. Publicaron cuatro libros de Swedenborg de acuerdo con la Sociedad Swedenborg de Londres. Y luego en francés conozco solamente una versión de Caelo et lnferno’. Swedenborg fue a Inglaterra porque quería conocer a Newton, y finalmente no pudo lograrlo, qué raro, eh?

Yo he hablado mucho sobre Swedenborg con el pintor y místico argentino Xul Solar, yo era muy amigo de Xul, iba a casa de él en la calle Laprida 1214, y leíamos a Swedenborg, leíamos a Blake, leíamos a los poetas alemanes, leíamos al poeta inglés Swinburne y muchos otros textos”.

-¿Qué impresión le dio la manera en que escribe Swedenborg?

-”Bueno. Generalmente, los místicos, tienden a escribir de un modo vago; él no. La obra de él es…, yo no diré prosaica, pero sí precisa. Es un poco…, como si él hubiera ido a la China, o hubiera ido a la India y describiera lo que ha visto.”

-Como un científico…

-”Sí, claro. El llevó esa… casi aridez, esa sequedad, esa precisión, a sus descripciones. Generalmente cuando se habla de éxtasis, se usan metáforas del amor, o metáforas del vino, metáforas arrebatadas. Pero en el caso de él no. Él no busca efectos patéticos. Él describe lo que ha visto. En relación a esto recuerdo algo que me dijo Xul: ‘Lo que se ve en el otro mundo depende un poco de uno’. Hay un poema muy lindo de Victor Hugo que expresa muy bien esta imagen: ‘Ce que dit la Bouche d’ombre’, “Lo que dice la Boca de sombra”; el mismo espectro que le dice a Nerón ‘Soy Mesalina’, le dice a Caín ’soy Abel’.

Del mismo modo, las visiones de los místicos musulmanes, de los sufíes, no concuerdan con las de los cristianos. Quiere decir que hay como fuerzas o espíritus que cada uno ve de acuerdo con sus prejuicios o
conocimientos. Posiblemente esos mismos ángeles, ese mismo Cristo, que él vio de ese modo, fue visto por místicos de otra tradición de otro modo.”

-Usted decía hace un momento que Swedenborg viajó a Londres para conocer a Newton y que le parecía raro que no hubiera logrado hacerlo. Sin embargo en esa misma ciudad, tuvo lugar su encuentro con Cristo.

-”Sí. Sé que el primer encuentro con Cristo fue en Londres, y los otros también. El estuvo además en Alemania, Holanda, los Países Bajos, pero finalmente se estableció en Londres. Tal vez el hecho de que fijara su residencia en Londres está relacionado con esa experiencia. A partir de ese momento su vida cambió totalmente. Abandonó el estudio de la ciencia; por ejemplo: la anatomía, la astronomía, las matemáticas, y se dedicó a registrar minuciosamente ese mundo espiritual. El diálogo con los ángeles empezó a ser un hecho cotidiano para él”.

-En el prólogo al libro de Synnestvedt sobre Swedenborg, usted afirma que hay algo incómodo en su obra; que usted piensa que él es un pensador por derecho propio, y que tal vez trató de enmarcar, o acomodar su
pensamiento al texto de la Biblia.

-“Yo no sé si en el caso de él, pienso que es así en el caso de la cábala. En el caso de él creo que no. Además, el padre de él era obispo, obispo evangélico, luterano. El tiene que haberse criado en un ambiente muy piadoso. Yo no creo que eso le haya costado ningún esfuerzo a él. Digo, que él pensaba naturalmente en el espíritu de la Biblia. Bueno…, mi abuela, sabía de memoria la Biblia, en su familia eran metodistas. Usted hacía una cita bíblica, y ella decía, ’sí’, por ejemplo: ‘Libro de los Reyes, capítulo tal, versículo tal: y seguía adelante, o ‘Libro de Job, capítulo tal versículo tal…’ Me parece que no es tan raro eso. En Alemania hay una expresión que traducida, sería: firme en la Biblia”, son las personas que saben la Biblia de memoria.”

-Una pregunta en relación al tema, pero vinculada más directamente con usted. ¿Alguna vez desde su infancia hasta hoy, usted percibió, sintió o intuyó la presencia del mundo angélico o trascendente?
-”No sé si llamarlo angélico o trascendente. Pero sé que… bueno… Yo dos veces en mi vida he sentido el hecho de vivir fuera del tiempo. Eso me ha ocurrido.., una vez fue en Palermo, y otra vez fue en uno de los puentes detrás de la estación de Constitución. Y esas dos veces, me habían sucedido cosas, bueno, que me habían conmocionado durante el día.

No sé… Una mujer me había dejado… Y de golpe estaba pensando en eso, y de pronto me vi así, en tercera persona, y sentí: ‘qué puede importarme lo que le pasa a Borges, si yo soy Otra cosa; lo que me ha pasado es meramente circunstancial.’ Ahora, yo no sé cuánto ‘tiempo’ duró ese estado; pero yo me sentí, no sé si feliz, pero como… bueno, como sereno, como arrebatado así de todo. Y he tratado de decirlo, una vez en un poema y otra vez en prosa, pero no sé si he logrado comunicar esa sensación.

Cuando estuve en Japón tuve ocasión de conversar con un monje budista, y él me dijo que había alcanzado el nirvana. Yo le dije “¿Y aseguro que usted no podrá contármelo?”. -’No’- respondió, claro;
porque cada palabra presupone una experiencia compartida, por ejemplo; si usted está en Estados Unidos, y habla con alguien y le dice ‘tal cosa tenía gusto a mate’, el interlocutor no tiene porqué entenderlo si no conoce el gusto del mate…

Entonces, el monje, me dijo que su experiencia del nirvana era incomunicable; que él podía hablar sobre el nirvana con otro monje que también lo había alcanzado. Que él no sabia cuánto tiempo había durado, pero que después todo era distinto para él. Le pregunté -’Distinto ¿en qué sentido?, ¿usted siente todo igual que antes?’-'Sí’- me contestó, ‘entiendo perfectamente lo que usted quiere saber’. ‘Yo siento soledad, siento ansiedad, siento alegría, siento dolores físicos, siento placeres físicos siento los sabores de las cosas; pero todo eso de un modo distinto después de alcanzar el nirvana’. -¿Y de ese modo es mejor?’ -’Si’- me dijo, -pero yo no lo puedo explicar’. Y me di cuenta que tenía razón, que era algo inexpresable. Esto fue en Nara. En un monasterio budista…”

Un famoso irlandés -que imaginó con riguroso fervor la tercera forma de salvación postulada por Borges, la salvación por la belleza-, en otra conferencia, esta vez en la Universita Popolare Triestina, exaltó, al igual que Borges, la filiación espiritual del iracundo poeta inglés William Blake con el visionario sueco. Dice James Joyce:

“…Swedenborg, que frecuentó todos los mundos invisibles durante largos años, ve en la imagen del hombre el mismísimo cielo, y a Miguel, Rafael, y Gabriel, que según él, no son tres ángeles, sino tres coros angélicos. La eternidad, que al discípulo amado y a San Agustín se les apareció bajo la forma de ciudad celestial, y al Alighieri como rosa celestial, revestía para el místico sueco las formas de hombre celestial, con todos sus miembros animados por un fluido de vida angélica que sale y vuelve a entrar, en sístole y diástole de amor y sabiduría.
A partir de esta visión desarrolló el inmenso sistema de lo que él denominaba correspondencias, y que domina su obra maestra Arcana Coelestia, nuevo evangelio que, según él, anuncia la aparición del Hijo del Hombre en los cielos, prevista por San Mateo”. (*)

(*) Fuente: Entrevista realizada por Christian Wildner con Jorge Luis Borges en prólogo a la traducción por él mismo realizada de Emanuel Swedenborg, El Cielo y sus Maravillas y el Infierno, Buenos Aires, 1991, Editorial Kier, pp. 15-19. Esta traducción de la mencionada obra de Swedenborg es la primera en lengua castellana.

Fuente: http://sololiteratura.com/bor/borelcieloyelinf.htm

*Tomado de: http://nosce.wordpress.com/2007/05/31/borges-y-el-misterio-de-swedenborg/